lunes, 13 de diciembre de 2010

El Bien y El Mal



CAPITULO VI

EL BIEN Y EL MAL

Contemplando el abismo de mi pecho, vi al bien y al mal en horrida contienda. Son enemigos en la misma senda, uncidos por el yugo del derecho.

El bien y el mal son amos del provecho, y dueños de su historia y su leyenda. El provecho es caballo cuya rienda va en manos de los dos, de trecho a trecho.

"No hay ningún mal que por un bien no venga".

"No hay ningún bien que ningún mal no tenga", y es entre ambos el Ser crucificado.

El bien del hombre de su mal no dista. El bien es el placer del egoísta. El mal es el amor del torturado.

 No hay ni bien ni mal. Solamente hay Ley, pero dentro de la Ley se distinguen el bien y el mal.

El mal es tan necesario para la ley como el bien. ¿Qué realidad no tiene sombra?

El Bien es la armonía del ser consigo y con sus anhelos; el mal es el desorden.

El dolor no es un mal, sino un remedio, algo repugnante, que cura el mal y restablece la armonía.

Toda consecuencia natural e inevitable es un bien disfrazado con el ropaje del mal.

Dios en sí, no es ni bien ni mal, es la Ley infinita; sólo los hombres le aplican el bien y el mal; el cobarde inventa al Dios cobarde y tirano; el débil forja a un Dios fuerte y vengativo y así cada defecto en el hombre, es origen de un nuevo Dios y un nuevo santo. Pero hay todavía otro Dios más cobarde y más absurdo: es el Dios imaginado por las religiones; sus fieles le enseñaron a ser malo y bueno a voluntad; aspectos imposibles de hallarlos sino en los dioses inventados.

Aquél cuyo espíritu está libre de la ilusión del bien y del mal, permanecerá en pie en la batalla de la vida.

Quien ama la Ley sin temor al castigo, ni ambición a la recompensa, no morirá jamás, porque ha bebido el agua de la inmortalidad.

Todos los hombres viven encerrados en la ignorancia, como en un huevo; practican el bien para ser recompensados y temen al mal por su castigo.

El esclavo de la recompensa es tan esclavo como el que teme el castigo del mal.

El mal es, en verdad, el combustible que aviva la llama del bien.

El dolor del mal espolea al hombre sin compasión, pero le mueve a vencer el error y seguir adelante.

El mal es, en la mayoría de las veces, un bien disfrazado y muchas veces el bien busca su alimento hasta en los corazones más putrefactos.

El bien y el mal son el anverso y el reverso de la misma moneda.

El hombre es bueno por naturaleza y se hizo malo porque le privaron de sus necesidades.

Dios es la ley, pero en ésta ley se halla el bien y el mal, porque siendo El la Causa Suprema debe ser así y si en Dios no se sintetizan igualmente el bien y el mal, dejaría de ser Universal.

El hombre en sí no puede ejercer el mal o el bien, sino que el espíritu interno obra bien o mal mediante el organismo del hombre o sus sentidos.

El sol encierra en sí el mal y el bien: su calor vivifica y mata; sus rayos descuajan las nieves y queman al mismo tiempo.

El bien y el mal se hallan en Dios y es el hombre quien debe escoger entre uno y otro.

Pero ¿qué es el bien y qué es el mal? ¿Existen esas dos faces de la ley, en Dios?

Según el intelecto, el bien es lo que halaga y el mal es lo que repugna; pero, para el Espíritu que carece de intelecto, porque no lo necesita, no hay ni bien ni mal y solamente hay ley, que está por encima de los dos.

Usar la ley es un bien, abusar de ella es un mal.

El Espíritu subyace en el intelecto, lo genera en el pensamiento y la razón le divide en mal y en bien, pero el Espíritu no es el intelecto ni la razón y en consecuencia no es el bien ni el mal porque estas son invenciones del intelecto.

Amar a Dios es el supremo ideal de la vida, dice el religioso, y es el supremo bien al mismo tiempo; pero nadie hasta ahora sabe amar a Dios.

Adaptarse a la ley es un bien, infringirla es herirse a sí mismo.

El árbol de la ciencia, tiene en sus frutos el bien y el mal juntos.

Quien vive deseando el fruto del bien, se vive alimentando del fruto del mal.

Todo bien es relativo y siendo relativo debe tener algo de mal.

La mente humana es la que forma su paraíso o su infierno a su manera, mientras que ambos estados no existen en realidad.

A pesar de que el bien y el mal son inseparables, viven siempre en conflicto en la mente del hombre.

Nadie puede conocer al bien sino por medio del mal.

El mal es una imperfección individual, el bien es la armonía universal.

Mientras el hombre tiene miedo al mal no puede amar al bien.

Sin la sombra no se manifiesta la luz. Sin la mentira no se manifiesta la verdad.

El bien y el mal son las dos fuerzas que mantienen en equilibrio al universo: Una atrae y otra repele.

Mientras el corazón siente odio al demonio, no puede sentir amor a Dios; porque en un corazón no caben odio y amor a la vez.

La gran obra del hombre es ver el bien en el mismo mal para la comprensión de la Ley.

Mata el miedo al mal, mata el deseo al bien y será la Ley.

Quien gobierna su vida según la Ley no necesita saber del bien y del mal.

Todo mal conduce forzosamente al bien.

La experiencia repleta de mal y de bien es verdaderamente un sueño que parece real mientras dura; pero como sueño se desvanece al despertar.

El único mal, es el miedo al mal; quien elimina el pensamiento del mal, todas sus obras son buenas.

El deseo es el ángel de la Divinidad que siembra en la voluntad, el árbol del bien y del mal.

Gustar el dolor del mal es saborear la dulzura del bien, saciarse de la dulzura del bien personal es padecer el mal.

Asimilando el fruto del mal, viviendo sus amarguras se descubre el germen del bien.

Descubrir el germen del bien, es llegar al conocimiento de que no hay mal ni bien sino diferencia de condiciones.

El bien y el mal son fabricación de la mente.

El mal es la ignorancia del bien; la Ley es el conocimiento de ambos.

No hay perfección mientras exista el miedo al mal; no hay liberación mientras persiste el deseo al fruto del bien.



Fuente: Jorge Adoum “Poderes”, pg 31

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